Fe, virtud, conocimiento

Estamos acostumbrados en la religiosidad y en el esoterismo al uso a unos conceptos de fe, virtud y conocimiento que no son suficientemente profundos, suficientemente liberadores, que no son los que se han manifestado en la auténtica literatura sagrada de todos los tiempos.

Presento aquí el concepto de estos términos de una escuela Rosacruz de nuestro tiempo, la Escuela de la Rosacruz Áurea, así como los de «perseverancia», «piedad», «amor al prójimo»y «amor».

El subrayado de términos y frases no se encuentra en el texto de la obra a la que pertenecen los extractos que cito, sino que he procurado resaltarlos para seguir mejor la lectura.

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EL HOMBRE NUEVO (J. V. Rijckenborgh)

I

Fe – virtud – conocimiento

Quien quiere recorrer el camino de la renovación, debe conocer bien sus condiciones y cumplirlas para alcanzar su objetivo. Este camino tiene siete condiciones. Estas condiciones las encontrará enunciadas en la Biblia, al comienzo de la segunda Epístola de Pedro, donde se lee:

«Poned todo vuestro esfuerzo en añadir

a la fe, la virtud,

a la virtud, el conocimiento,

al conocimiento, el dominio de sí mismo,

al dominio de sí mismo, la perseverancia,

a la perseverancia, la piedad,

a la piedad, el amor al prójimo,

y al amor al prójimo, el amor.»

Si estas condiciones están en vosotros, no os dejarán sin fruto. Esforzaos en realizarlas, pues así os será otorgada amplia y generosa entrada en el Reino eterno e inmutable de nuestro Señor.

Muchos han leído estas palabras en el transcurso de los siglos y han estudiado este mensaje, sin llegar a ningún resultado positivo. Empezaron por preguntarse qué era «la virtud«. Hablaron al respecto entre ellos, consultaron la literatura y estudiaron diversas normas de vida mística. Después de esta preparación, redactaron un código de reglas de conducta, en parte de naturaleza puramente biológica, en parte de carácter ético y moral. Promulgaron preceptos y determinaron lo que estaba permitido y lo que no lo estaba. Esbozaron teóricamente el tipo de «hombre virtuoso» […].

Sobre la base de la virtud adquirida, se vieron colocados después ante la tarea de llegar al conocimiento. Pensaron: «Acumular conocimientos es comprensión intelectual, entrenamiento de las facultades cerebrales. La mejor y más rápida manera de realizar esto es siendo virtuoso y atento».  […].

Comprenderá que ejercitando así la virtud y el conocimiento, se obtenía al mismo tiempo un gran dominio de sí mismo. Si en algún lugar se oía una risa alegre, cuya vibración reconfortante puede ser contagiosa, la faz del candidato permanecía impasible, como una máscara; permanecía dueño de sí mismo, centrado en su misión de virtud, conocimiento y dominio de sí mismo.

[…].  Junto a todas las tensiones, se añadía algo más: debía ejercitarse la piedad.

¿Qué era, qué implicaba la piedad? Se preguntaban al respecto recíprocamente, reflexionaban juntos y llegaban a establecer un programa, un orden del día. Basándose en la virtud, el conocimiento, el dominio de sí mismo y la perseverancia, se debían recitar oraciones, murmurar letanías y meditar devotamente. Además de esto se debía rezar incesantemente, y así nacieron las series ininterrumpidas de servicios religiosos en las capillas de los conventos, donde, hincadas las rodillas durante horas enteras sobre las losas o en el frío de las noches de invierno, se ejercitaba la piedad.

[…]

Los momentos de agotamiento eran inevitables. En esos momentos los pensamientos, sometidos a una fuerte presión, se escapaban a su control, lo que ocasionaba un profundo descontento de sí mismo y era motivo de auto-mortificación. Se auto-flagelaban […].

No debían decaer, pues aún quedaba una tarea por cumplir: el candidato debía practicar además el amor al prójimo. Y, ¿qué podía ser el amor al prójimo sino manifestarse en una u otra forma de actividad humanitaria? Preparar y repartir alimentos, suministrar ropas y cuidar a los enfermos, ser amable con todos y andar por los caminos del Señor con una sonrisa beatífica en los labios.

[…]. Lo cierto es que el candidato que había seguido este camino estaba más muerto que vivo, casi fuera de su cuerpo y en un estado sanguíneo totalmente mediúmnico.

Y ahora, debía venir la gloria de las glorias: por el amor al prójimo, el amor. Pero en este punto los candidatos perdían el suelo bajo sus pies. Comprendían que no se trataba de amor humano y suponían que debía ser una postración mística, un amor a Cristo. Amor a Jesús si el candidato era mujer; amor a María si era un monje, aunque también se daba el amor a ambos. […].

[…]. También entre nosotros hay quienes se atan a cierta ética, sacian su hambre intelectual de filosofía y demuestran pleno dominio de sí mismos y perseverancia, practican la piedad en el sentido descrito y ejercen, de diversas formas, el amor al prójimo y la generosidad. […]. Y todo esto porque no se han tomado verdaderamente la menor molestia por forjar la llave del séptuple camino.

Esta llave reside en la fe. Poned todo vuestro esfuerzo en añadir a la fe, la virtud. Usted debe poseer la fe. En nuestros tiempos modernos, la fe es una noción apagada y sin vida. Por fe se entiende la aceptación o confesión de cierta doctrina, […]. Pero la lengua sagrada de todos los tiempos nos muestra claramente que la fe no es la confesión o la aceptación de una doctrina o una iglesia, de una escuela o un dios, sino que se refiere a una posesión de la que hay que volverse esencialmente conscientes. Se nos da a entender también que dicha posesión debe ser percibida en el santuario del corazón, debe establecer «su morada» en el corazón o, con otras palabras, que el átomo original, el átomo-chispa de Espíritu debe ser despertado. […].

Cuando el átomo original es impulsado a la acción y el candidato se confía en auto-rendición, eso significa una nueva vivificación de la sangre. Algo penetra entonces en nuestro ser que refulge en cada una de las células de nuestra existencia. Y entonces se produce, desde el interior, una inclinación de la sangre a la virtud. Esto no significa estudiar normas morales de vida y aplicarlas estrictamente; usted no se pregunta: «¿Qué puedo hacer, qué debo hacer y qué soy capaz de hacer?», sino que su conciencia de la sangre se orientará espontáneamente hacia el camino, iluminado por la luz del átomo original como por un sol. […].

Pero quien siente en la sangre los beneficios del átomo original y se orienta de esta forma en el camino, llega también al conocimiento. Comprenderá probablemente lo que entendemos con ello.

Nuestros centros cerebrales tienen el poder de captar de forma racional y moral todo aquello hacia lo que se orientan los sentidos, y de transmitir una impresión de ello al cerebro. Mientras la conciencia del hombre sea totalmente de esta naturaleza dialéctica y se centre exclusivamente en ella, con lo que todos sus sentidos estarán en concordancia con ello, será absolutamente imposible reunir en el cerebro conocimientos de otro tipo a los de la esfera material y la esfera reflectora. […].

Pero entonces, ¿cuál es la utilidad de nuestra literatura? Nuestros libros tienen como finalidad guiarle en su búsqueda, ayudarle a llegar a la fe, conducirle a estos actos auto-liberadores que inflaman el átomo original. […].

[…]. Como consecuencia de ello, una nueva antorcha se enciende en el santuario de la cabeza, la antorcha de la pineal. La luz de esta antorcha pone al candidato en contacto con la Gnosis universal, con Tao, con el conocimiento que es como una plenitud viva, como una realidad viva y vibrante.

Es el conocimiento que al mismo tiempo es Gnosis, Espíritu, Dios, Luz, el conocimiento universal y omnipresente, del que el Salmo 139 dice:

«Señor, tú me sondeas y me conoces.

Tú conoces cuando me siento y me levanto.

Tú penetras de lejos mis pensamientos.

Tú has escudriñado mi andar y mi reposo,

y todos mis caminos te son conocidos.

Pues la palabra no está aún en mi lengua

y tú ya la conoces, oh Señor.

Tú me envuelves por detrás y por delante,

y pones tu mano sobre mí.

Este conocimiento es demasiado maravilloso para mí.

Está demasiado elevado para que pueda comprenderlo.»

EL HOMBRE NUEVO (J. V. Rijckenborgh), Capítulo I, Fe – virtud – conocimiento. Ediciones del Lectorium Rosucrucianum S. A., 1989, Madrid; páginas 193-201.

4 comentarios en “Fe, virtud, conocimiento

  1. Gracias por el comentario mil violetas; Este salmo es de una profundidad y sencillez sublimes. Abarca la auténtica espiritualidad difícil de comprender y de hallar.

    Un abrazo y contento de verte por aquí.

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