La mente, el yo, el espíritu

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Con frecuencia nos encontramos confusos: malestar, sentimientos encontrados, falta de claridad mental. No estamos centrados y en paz.  En estos casos, algunos de nosotros pensamos no estar bien, espiritualmente hablando.

Sin embargo, el espíritu en sí mismo permanece tranquilo más allá de nosotros mismos y si conseguimos dejar a un lado el yo, no hacernos caso a nosotros mismos, confiar en lo interior y abandonar deseos y cabezonerías, de pronto encontramos la paz.

Invariablemente cuando nos sentimos mal es el yo del egoísmo el que nos ha conducido a ello de un modo o de otro. Es nuestro cerebro guiado por nuestro yo egocéntrico quien nos hace tropezar.

¿Qué provoca esta tormenta continua que no nos deja descansar y que no controlamos?   El no conseguir lo que la ilusión de la vida nos quiere imponer: Necesidades que no lo son, diferentes cosas o placeres incecesarios, perjudiciales, que nos quieren presentar como imprescindibles para el tener (riquezas, cosas, bienes) el poder (puestos, cargos) o el valer (fama, notoriedad, honor).

Se trata, en fin, del gran engaño, de la mente guiada por el deseo. Esta pequeña mente constreñida, temerosa, cumplidora de todos los ritos sociales y convencionales, determinada socialmente que confundimos con el espíritu porque así nos lo enseñaron a hacer.

El espíritu, en sí mismo, permanece en una paz suprema; sólo tenemos que tratar de alcanzarlo despegándonos del yo. 

La disminución del yo egocéntrico, lleva a Tao, lleva a Dios. Es siempre la misma enseñanza de la Sabiduría Universal: Evangelios (“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto”, Budismo (La supresión del deseo lleva al Nirvana), Hermetismo (El alma-espíritu, el Ánimo y la palabra divinos) Taoísmo («El cielo es eterno y la tierra permanece. El cielo y la tierra deben su eterna duración a que no hacen de sí mismos la razón de su existencia. Por ello son eternos».), Maniqueísmo (Naturaleza divina y naturaleza material terrena).

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