Cuando se intuye el camino, se ve al mismo tiempo, de alguna manera, lo que es el único y recto camino. El Camino se autentifica y da testimonio de sí mismo. Igual que existe el Universo Divino -«El Reino de Dios, dentro de vosotros está»- y no tenemos que construirlo sino sólo acercarnos a él, también existe el Camino, independientemente de nosotros, sólo que cada uno nos acercamos a él de diferentes modos.
Para expresarlo de alguna manera el objetivo es un estado de plenitud que ya existe lejos del falso yo egocéntrico que es el que debemos aminorar para hacer lugar a eso Otro divino que ya no es el mí mismo de siempre. Este ser que nace en nosotros es sin condicionamientos, sin aprendizaje, sin razonamientos intelectuales, pero con todos los conocimientos y sabiduría que se pueda imaginar. Porque al fin y al cabo para alcanzar ese estado se necesita la sabiduría innata que arranca de la chispa o átomo divino del corazón.
Nadie lo logra inmediatamente; es un proceso más o menos rápido o más o menos lento. Depende de las personas y del auténtico anhelo que tengan de liberación y eso no se puede improvisar ni imitar. Tiene que nacer de nosotros.
Nuestra alma biológica o yo corriente debe «mirar» a la chispa divina del corazón, sin forzarlo; poco a poco. Es una «mirada» de admiración, respeto, y asombro ante lo que esconde el corazón humano purificado. Esto sólo se puede hacer en el silencio total del yo.