La palabra «culpa» forma parte de nuestra cultura y arrastra una fuerte carga emocional y semántica que la hace de difícil análisis. Sin embargo la reflexión sobre ella nos puede llevar a clarificar lo que encierra y cómo puede esclavizarnos en cuanto nos identificamos vitalmente con su significado.
Desde los entornos de la teología o de la religión vivida; desde los aledaños de la moral o de la ética, desde el mundo del derecho e, incluso, desde el ámbito metafórico y antropomórfico con que se emplea a veces para referirse a los fenómenos de la naturaleza cuando les echamos la culpa de tal o cual acontecimiento humano al mar, al viento o al terremoto, -como si estas fuerzas pensaran, fueran libres
y, por tanto, sujeto de culpa o mérito de cualquier tipo- esta palabra encierra un concepto esquivo y difícil que es necesario esclarecer al máximo para no caer en los empleos inexactos y, por tanto, en falsedades dichas aunque sea sin intencionalidad.
Por otro lado, la palabra «liberación» no es menos tributaria de una historia riquísima de significado. Desde la liberación de la esclavitud en la antigüedad o en la más reciente de los afro-americanos en EE. UU., hasta la liberación de la mujer, pasando por la liberación política por parte de los súbditos del yugo de los dictadores, la liberación del proletariado o la liberación de los pueblos dominados por sus respectivas potencias coloniales.
Desde la Teología de la Liberación, hasta el “Sed libres pues para eso os libertó Cristo”, dentro del ámbito religioso. Y desde la liberación de los traumas psicológicos hasta la liberación de nuestro ser profundo del yugo de la personalidad y el acceso al alma.
En medio de todo ello, facilitando o perjudicando esta liberación, está, a veces, el poder político, social y religioso, el cual, en algunas ocasiones, tiene fuerte responsabilidad en esa esclavitud que produce la culpa y en esa ausencia de liberación interior o exterior.
Este puede ser el cuadro, o parte de él, interesante y difícil en el cual se mueva nuestra reflexión.
Algunos de los pensamientos fundamentales de la Teología de la Liberación son los siguientes:
a) Somos post-modernos y pre-modernos al mismo tiempo. Nos olvidamos fácilmente de los casos de pueblos con esclavitud práctica frente a los terratenientes, empresarios y el poder de regímenes no democráticos o escasamente democráticos, predominante en entornos que no son los de los países más avanzados en derechos humanos del planeta, los cuales, sin embargo, tampoco están exentos de situaciones de injusticias.
b) Es preciso recoger desde la mitrada del pobre y del comportamiento de los poderes antes enunciados frente a él, la experiencia de la Iglesia en los países de América Central y América del Sur.
c) Es una teología que surge de una nueva concepción de Dios surgida de las prácticas sociales de la fe en un entorno de liberación.
d) Los pobres son un lugar teológico donde es preciso reflexionar sobre la liberación a un tiempo del pecado personal y del pecado social; de la culpa personal y de la culpa social o estructural.
Desde el punto de vista de la liberación psicológica podemos reflexionar un poco sobre el problema del resentimiento. El resentimiento es una situación emocional que hace un enorme daño al mundo, tanto en el plano personal de las relaciones humanas como en el plano de las confrontaciones entre países o pueblos; no olvidemos que según algunos eminentes estudiosos de los fenómenos psico-sociales, entre ellos Alfred Adler, el mayor problema del mundo es la importancia personal u orgullo herido y la persecución de notoriedad y predominio sobre los otros, tanto de pueblos como de personas; .
“Alfred Adler postula una única “pulsión” o fuerza motivacional detrás de todos nuestros comportamientos y experiencias. Con el tiempo, su teoría se fue transformando en una más madura, pasando a llamarse a este instinto, afán de perfeccionismo. Constituye ese deseo de desarrollar al máximo nuestros potenciales con el fin de llegar cada vez más a nuestro ideal. Es, tal y como ustedes podrán observar, muy similar a la idea más popular de actualización del self. La cuestión es que “perfección” e “ideal” son palabras problemáticas. Por un lado son metas muy positivas, de hecho, ¿no deberíamos de perseguir todos un ideal?. Sin embargo, en psicología, estas palabras suenan a connotación negativa. La perfección y los ideales son, por definición, cosas que nunca alcanzaremos. De hecho, muchas personas viven triste y dolorosamente tratando de ser perfectas. Como sabrán, otros autores como Karen Horney y Carl Rogers, enfatizan este problema. Adler también habla de ello, pero concibe este tipo negativo de idealismo como una perversión de una concepción bastante más positiva. Luego volveremos sobre el particular. El afán de perfección no fue la primera frase que utilizó Adler para designar a esta fuerza motivacional. Recordemos que su frase original fue la pulsión agresiva, la cual surge cuando se frustran otras pulsiones como la necesidad de comer, de satisfacer nuestras necesidades sexuales, de hacer cosas o de ser amados. Sería más apropiado el nombre de pulsión asertiva, dado que consideramos la agresión como física y negativa. Pero fue precisamente esta idea de la pulsión agresiva la que motivó los primeros roces con Freud. Era evidente que éste último tenía miedo de que su pulsión sexual fuese relegada a un segundo plano dentro de la teoría psicoanalítica. A pesar de las reticencias de Freud, él mismo habló de algo muy parecido mucho más tarde en su vida: la pulsión de muerte.”
(Alfred Adler 1870 – 1937. Dr. C. George Boeree, Traducción al castellano: Dr. Rafael Gautier.)
Por otro lado, ya en el ámbito del fenómeno de la vivencia religiosa, tanto colectiva como personal, podríamos hablar de la enfermiza y corrosiva emoción de la culpa. Consecuentemente, del enfermizo alivio que se aplican a sí mismos como flagelación psicológica o física expiatoria. A ella se someten muchos a consecuencia de las experiencias familiares y religiosas que les han inculcado, por desgracia, una concepción errónea de la religión, donde el amor a Dios y a los demás y el desarrollo interior están ausentes y donde, en lugar de éstos, aparece este tipo de religiosidad que reprime el auténtico impulso de vida. Este impulso auténtico de vida y de armonía con los demás, se compensa, a su vez, con una persecución de compensaciones materialistas de diverso cuño, donde no son las menores la hinchazón del ego para hacer luego a los otros, a su vez, víctimas del mismo trato consciente o subconscientemente.
Sin embargo, ¿Debemos liberarnos de toda culpa? ¿Qué es un delito o falta, en realidad?
Para intentar responder a estas preguntas es necesario distinguir entre culpabilidad y responsabilidad. Esta distinción que nos hace reflexionar sobre la carga semántica que van adquiriendo los términos a consecuencia de su uso durante siglos y a consecuencia del contexto donde se usan: el religioso, el moral, el del derecho, etc.
No deseo ser exhaustivo en tan intrincado problema ni tampoco lograría sino arañar un poco la complejidad de la cuestión, pero he querido tratar de enmarcar un poco las coordenadas donde puede moverse la reflexión sobre el tema de la culpa sin descartar otros enfoques que enriquezcan la perspectiva de la profunda meditación que merece por marcar a veces nuestra vida con el sufrimiento, el fracaso y la amargura.