El concepto vulgar de sujeto o de identidad en las sociedades occidentales avanzadas es un concepto demasiado contaminado aún con el individualismo, la competencia egoísta y la ausencia de una conciencia de relación y responsabilidad grupal, aunque creo que algo se va avanzando en la dirección solidaria de integración entre identidad y alteridad.
Para mí, la identidad, como fruto de largos años de reflexión y estudio es una idea que represento mediante la siguiente imagen. Comparo la identidad con un conjunto de círculos concéntricos que van desde el círculo mínimo y más interior, la identidad personal, hasta un círculo máximo, que incluye a todos los demás y que podemos representar por la mayor comunidad de convivencia que podamos concebir -normalmente el planeta Tierra- como ámbito mayor que nos contiene y del que dependemos, querámoslo o no, todos los países, razas, grupos y personas.
Este conjunto de círculos, abarcando a grupos progresivamente más amplios que incluyen a los menores, corresponderían -en orden de menor a mayor- a la identidad personal, familiar, la de la propia ciudad donde se vive, la identidad de la autonomía, la nacional, la europea, etc.
Por otra parte, concibo estas diversas identidades -en el mejor de los casos- como imbricadas o estructuradas psicológicamente dentro del mismo sujeto. Esto supone el que estén armonizadas sin conflictos graves, conforme el sujeto va ganando en madurez como ser humano socialmente integrado.
Con la idea de círculos concéntricos, psíquicamente constituidos, quiero significar: un primer círculo o identidad que se conforma de modo natural partiendo del propio cuerpo y de la propia mente y sentimientos que nos hacen sentirnos como unidad personal integrada. Este percibirnos a nosotros mismos y este aceptarnos o autoestima nos permite la empatía hacia los demás. Porque, ¿cómo puede respetar y empatizar con los demás quien no se ama siquiera a sí mismo y tiene conductas auto-destructivas respecto de sí mismo?
El segundo círculo estaría conformado por los más cercanos y unidos a nosotros por lazos de sangre y de convivencia íntima, la familia. Si uno no se siente unido a su familia, no la ama y no es capaz de convivir con ella -salvo casos de familias desestructuradas en alto grado- ¿cómo puede apreciar o tener lazos de amistad con otras familias distintas de la suya y con las que apenas tiene trato?
A su vez, cuando estamos integrados en nuestra ciudad -sería el tercer círculo- y colaboramos dentro de ella social y culturalmente en sus grupos podemos apreciar el que otros amen también sus ciudades y se sientan felices de pertenecer a las mismas y podremos sentir empatía por ellos.
En fin, así iríamos penetrando psicológicamente e integrándonos cultural, mental y emocionalmente en círculos de progresiva extensión humana, a mi entender bajo la ley general -que puede tener excepciones- de que cuando no se está integrado con madurez dentro de los grupos más cercanos difícilmente podemos aceptar a los más lejanos y desconocidos.
De este modo aparece al sentido común y a la sana razón que no hay que excluir nada. No es necesario odiar ni fomentar separatismos excluyentes para con nadie, ni personas, ni grupos, ni nacionalidades, ni países. Todo puede estar integrado y en su lugar si guardamos este orden natural de pertenencia.
El problema surge cuando una persona o alguno de estos colectivos nos agrede. En este caso me retraigo en esa integración amistosa con esa persona o con ese grupo y me veo forzado a la defensa de mi identidad, ya sea mi identidad personal, familiar, de ciudadano o mi identidad regional, la nacional o cualquier otra.
Pero esto no es necesario realizarlo con odio ni para siempre; sólo sería una medida circunstancial en tanto en cuanto persiste la agresión. Por poner un ejemplo, por muy pacifista y amante de la humanidad que sea una persona, si alguien penetra en su domicilio de noche con intención de agredir a su familia que duerme no tendrá más remedio que defenderla con los medios necesarios y sin causar un daño mayor del necesario para esta defensa. Si me amenazan sin armas no tendré por qué disparar a matar, generalmente hablando, sino sólo para herir o inmovilizar a quien me amenaza.
Tanto la identidad personal como la identidad colectiva son sujetos de un delicado equilibrio si quieren ser identidades psicológicamente sanas y éticamente equilibradas que no se causen daño a sí mismas ni a los demás.
Un artículo muy interesante sobre la identidad personal como colectiva, me gustan mucho estos temas de psicología, gracias por compartirlos, y además, veo que es la primera parte, voy a intentar seguirlos, dentro de las posibilidades que pueda, ya sabes que las obligaciones laborales y personales de cada uno son las primeras, pero intentaré hacer un esfuerzo.
Y desde luego, debemos respetar para que los demás nos respeten, es uno de los valores primordiales del ser humano.
Saludos.
Gracias, María.
Sí, al menos tengo una segunda parte para publicar también.
Me alegra mucho que haya sido de tu interés a pesar de que tengas poco tiempo a causa de las obligaciones personales que, en efecto, es lo que no debemos descuidar nunca.
Un saludo cordial.
Hola, Juan, no has vuelto a publicar, pero estaré pendiente de la continuación.
Saludos.
Estimada María:
Me alegro que me hayas alertado sobre la publicación. Ya he puesto, como ves, la segunda parte.
Saludos.
Hola Juan.
Gracias por ese espléndido artículo sobre las identidades.
El circulo simbolo de integridad y comunión cdada vez debe ampliarse más
para conquistar a toda la humanidad sin distinción.
Amarse a si mismo.
Amarse a los demás.
Sangre roja…
Sangre azul…
Un complejo trabajo que debe acercarnos a la otra orilla
Ser íntegro en el halago y en el reproche.
La humanidad es una gran familia, hija del Padre y la Madre
que va más allá de los intereses personales.
Un abrazo.
Gracias, Olga, por un comentario tan bonito que sale del corazón.
Un abrazo.