En esta segunda parte se analiza el delicado equilibrio que ha de guardar la identidad para no volcarse en un egoísmo solipsista ni caer, por el otro extremo, en una dependencia esclavizadora respecto de los demás, por muy bien intencionada que sea. Se afirma, luego, que no existe personalidad ni individualidad sin los otros. Se termina alertando sobre el gran error de la separatividad, es decir, creer que uno es autosuficiente, despreciando a los demás.
Cuando la identidad personal se acerca demasiado al polo del sujeto cae en el egoísmo, ese solipsismo ético que lleva poco a poco a la muerte psicológica por inanición psíquica, ya que vivimos gracias a los demás que nos constituyen interiormente mediante las múltiples relaciones humanas.
Cuando se centra con exceso en los demás cae en la ausencia de personalidad y en la dependencia psicológica, en suma, en la debilidad psíquica que no es auténtica vida del sujeto a expensas siempre de otro que le domina.
De modo análogo ocurre con la identidad colectiva. Cuando se auto-centra en sí misma y se obsesiona con su identidad puede llegar a acciones violentas de variados tipos, aunque camufladas mediante medidas legislativas o acciones aparentemente democráticas y a medidas de empobrecimiento de sus relaciones cordiales con otros colectivos o nacionalidades.
Cuando estos colectivos son débiles y permiten la dependencia injusta de otro colectivo mayor o más fuerte, sufre de modo análogo las carencias que apuntábamos para el caso de las personalidades débiles dominadas por otro más fuerte: neurosis colectiva de ese pueblo que sufre la disminución injusta de su identidad y falta de felicidad y desarrollo de ese pueblo sometido. Es necesario meditar y ver las relaciones que tiene todo esto con las realidades que estamos viviendo en España actualmente.
Tratemos de encontrar el punto medio de constitución de una identidad sana y equilibrada, tanto personalmente, porque de ello depende nuestra salud y felicidad, como políticamente para los pueblos que componen un todo mayor, porque de ello depende la paz y armonía entre los pueblos así como el progreso económico y social.
La existencia individual separada de los demás es la más nefasta de las ilusiones. Se podría decir que la necesidad del hombre de aprender mediante la libertad , actuando mediante la inteligencia y sentimientos de la propia personalidad le conduce a veces, desgraciadamente, al egocentrismo y a la comisión de conductas que hacen daño y afectan a sus semejantes.
En realidad, no existe personalidad ni individualidad sin los otros. Crecemos en un entorno ya constituido por una cultura en la que están insertas todas las ideas y hechos de los demás que nos preceden a nosotros y los que nos acompañan en nuestra vida. Lo que somos lo debemos a los otros. Nosotros aportamos a nuestra vez nuestras ideas y nuestro hacer en pro del adelanto de la humanidad en la medida en que podemos, queremos y sabemos.
No existe mayor error que el error de la separatividad. Este error gnoseológico, ontológico y ético consiste en considerarnos islas separadas y autónomas sin relación moral con los otros sujetos.
El que profesa el error de la separatividad egoísta no admite otras relaciones con sus semejantes en general, es decir, la humanidad -otras conciencias de «sí mismo» como la suya- sino las que se derivan de aquellas relaciones egoístas y materiales que nos vemos forzados a mantener a consecuencia de la naturaleza densa o material del ámbito donde funcionan los sentidos de nuestra corporalidad, es decir, las económicas, políticas o sociales puramente estratégicas sin auténtico sentimiento de humanidad.
De este modo, estas identidades humanas van constituyéndose de un modo bastante empobrecido, ya que nuestro interior está compuesto de lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Nuestra identidad no puede construirse desde la exclusión y el odio sino desde la integración y el amor de todas las demás identidades de que tenemos conciencia.
Cada exclusión es un agujero negro de rechazo que se incrusta en nuestra mente, nuestra identidad. Cada odio es una laguna negra. El odio es como el veneno, se queda en quien lo toma. En este caso se queda dentro del alma de quien lo ejerce en pensamiento o en obras. No sale de nosotros y contribuye a esas personalidades extrañas que no aman y que están tan ofuscadas y ciegas que presumen de ello como de una proeza.
Frente a este tipo de personalidad o identidad, aparece un tipo de identidad lúcido, integrador, afectivo.
Nuestra identidad es tal y tiene tal fusión inseparable con el aspecto ético que ello se manifiesta en todas las partes de la estructura humana. La retícula de comunicación con el resto de las consciencias y de los seres es preciso mantenerla limpia de prejuicios, limpia de errores, limpia de reductivismos de un positivismo trasnochado. No podemos reducir el ser humano sólo a lo biológico ni la sociedad a una suma de individuos. La molécula de agua es algo más que la suma del hidrógeno y el oxígeno.
Emergen propiedades nuevas en toda unión y en todo colectivo que inciden sobre los caracteres de los elementos o individuos constituyentes. Derribemos las fronteras del odio y de las exclusiones donde somos los perfectos y los mejores en todo y siempre. Si esto no se hace así, la comunicación con otros seres se distorsiona. De este modo, identidad y ética se manifiestan de nuevo de la mano en un binomio indestructible.
Es dificil mantener el equilibrio, porque en algún momento de la vida nos hemos llegado a sentir, alguna vez, como una marioneta, dejándonos influenciar por los demás, incluso, quedando anulada, si alguien es débil, su personalidad, y el más fuerte suele ser el que intente dominar a los demás.
Son muy interesantes estos temas que nos estás exponiendo sobre la identidad, perdona, Juan, que ya había perdido la pista con tus temas, se me pasó.
Te agradezco muchísimo el comentario que me has dejado con el Tao The King, tan interesante, muy agradecida, tus comentarios siempre aportan mucho, y son muy bellos e interesantes.
Un beso.
Gracias por tu comentario, María.
Para mí ha sido un placer comentar tu post. El tema del Amor y el del Querer es absolutamente central en nuestra vida y es muy importante distinguirlos.
Un abrazo.
Gracias, Juan, siempre es un lujo leerte.
Feliz tarde de primavera en este domingo de abril.
Un beso.