El auténtico problema o piedra de toque de toda espiritualidad se encuentra expresada en los dichos evangélicos: «la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los Cielos» o bien «Si la semilla no cae en tierra y muere no da fruto» o bien «Somos sembrados en corrupción; resucitamos en incorruptibilidad». Todas ellas se refieren a la distinción entre personalidad, yo, o ego corriente y alma-espíritu divina que ha de nacer en el hombre.
Esto quiere decir, en concordancia con el mito de la expulsión del Paraíso Terrenal, reflejo de una sabiduría antiquísima y presente en las escrituras sagradas de toda la humanidad, que nuestra naturaleza microcósmica y la naturaleza material del universo que nos rodea es una naturaleza cristalizada o caída donde lo bueno, lo bello, o lo real -tal como se dice en la República de Platón sólo es «imitación» del auténtico Bien que habita en el plano divno o Reino Original del comienzo.
Por tanto, debemos realizar un cambio profundo en nuestro microcosmos (transfiguración) para que nazca el alma divina y es necesario saber cómo se hace y también cómo se logran solamente falsos resultados.
Todo lo que hacemos es para una cultura sobrepuesta a nuestra naturaleza corriente; es decir para satisfacer necesidades de comida, abrigo, casa, distracciones… Para esto es la economía, la política, la medicina, la educación… todo para el cuerpo, sus emociones y pensamientos.
Así no se llegan a alcanzar las vibraciones electromagnéticas del universo de donde procedemos como chispas divinas. Esas vibraciones tienen que venir a uno a partir del único átomo divino que nos queda en la cima del ventrículo izquierdo del corazón. Este es el tesoro encontrado en el campo de la parábola evangélica, por el cual el que lo encuentra, vende todo que tiene y compra el campo para poseer ese tesoro maravilloso; Es también lo simbolizado en el grano de mostaza que, siendo tan pequeño, se convierte luego en el mayor de los árboles donde anidan los pájaros del Cielo; se refiere a esta chispa divina o átomo del corazón también la parábola de la perla escondida.
Este átomo o chispa divina original se salvó de la caída (aunque algunas personas lo tienen desactivado a consecuencia de muchas vidas en el materialismo y el egoísmo). Los buscadores sinceros demuestran que lo poseen por esta misma búsqueda incansable que es el que los impulsa a ella.
Muchos tipos de grupos tal como hoy existen y se presentan al público, generalmente refinan el yo (evolución de la personalidad). Lo que se necesita no es evolución de la personalidad, sino transmutación o transfiguración. Juan Bautista dice respecto de Jesús: «Es preciso que yo disminuya y que Él crezca». Juan Bautista es el yo del buscador y Jesús, el yo divino en nosotros.
Por otro lado hay que sospechar de todo sistema que, bajo capa de espiritualidad, se dedica en realidad a recopilar éxitos en la vida por muy nobles que sean humanamente, ya que esto no es la liberación preconizada por Buda, Jesús, Hermes o Lao Tse, por ejemplo. El Reino de Dios es otra cosa: «Perseguid el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» o bien «Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tú ven y sígueme». O Bien «Mi Reino no es de este mundo».