La culpa es algo casi “innato” en nosotros por lo fuertemente instalada que está en nuestro psiquismo. El motivo de esto podría ser, en gran parte, el ser la culpa una especie de recubrimiento de nuestra naturaleza mental y emotiva, de tal modo instalada en nosotros, que crea una excrecencia artificial que recubre nuestra más genuina capacidad de pensar con independencia. Nietzsche achacaba esta vivencia enfermiza de la culpa a la cultura occidental contagiada por la mentalidad socrático-platónica y por el judeo-cristianismo en lo que tienen de más reactivo o de nihilismo pasivo.
Existe, sin embargo, una relación oscura y huidiza al análisis, sobre la cual convendría reflexionar para aclararla. Se trata del resentimiento, fruto del orgullo supuestamente herido, en las personalidades de pequeño ego empírico inflado. A este orgullo herido y a su afán de venganza y de alcanzar la supremacía frente a lo que sea, Alfred Adler atribuía la mayoría de las desgracias que ocurren entre los llamados humanos. Tanto es así que prácticamente toda su psicología está fundamentada sobre este nefasto «instinto» de poder frente a otros fundamentos tomados por Freud o por Jung.
La clave de la conexión entre sentimiento de culpa y afán de superioridad encubierta y resentida puede estar en un antecedente de la culpa que es el miedo. En efecto, Nietzsche establece en su explicación de la genealogía de la moral, que culpa en un principio significaba deuda.
El resentimiento del «esclavo» y del «hundido», en terminología nietzscheana, ante el hecho de no poder vengarse del fuerte, con el cual está en “deuda” por deberle siempre la vida y el trabajo y no poder pagar esta “deuda” nunca, le hace dirigir ese resentimiento hacia sí mismo creando la mentalidad de la auto-tortura y de la auto-culpabilidad o mentalidad ascética.
Por tanto, es del miedo que tiene el «esclavo» ante el «fuerte» o «noble», es decir, ante el superhombre nietzscheano, del que debemos liberarnos. Liberarnos de este miedo frente al fuerte para poder liberarnos luego de todo «dragón» que imaginariamente nos amenace.
¿Pero debemos deshacernos de toda clase de sentimiento de culpa? ¿Todo sentimiento de culpa es nocivo aunque realmente hayamos obrado mal? ¿Tiene algo de positivo la culpa? ¿Es la responsabilidad diferente de la culpa?
La exageración, la maximalización de todo, es la enfermedad del infantilismo cultural o del fanatismo de toda naturaleza o filiación. Por tanto, abogo por la no eliminación total de la culpa, de toda culpa. Por la no eliminación de la culpa transida de responsabilidad y sin asomo de trauma ni de agobio mental. Abogo por la no condena de la culpa como reconocimiento de un mal causado y como gestora de responsabilidad que nos impulse a la rectificación del mal hecho y a la compensación de este mal frente a los perjudicados por nuestros actos culpables.
En efecto, siempre y en todo tiempo han existido personas de naturaleza ruin que persiguen el medrar a costa de lo que sea. Que persiguen el dinero, la efímera fama de esta vida o el ocupar puestos de dominio sobre los demás y que han aprovechado la culpa, si ya existía como fenómeno en los grupos bajo su influencia, o la han impulsado si no existía, para llevar a cabo sus planes de egoísmo y de importancia personal. Esto se comprueba por doquier en la historia tanto a nivel político o social como a nivel religioso.
El tipo de culpabilidad que debe imperar, por tanto, es la que está henchida del sentimiento de la responsabilidad por nuestros hermanos y del afán de extender el bien al máximo entre todo tipo de personas, sobre todo entre los más pobres, o débiles como niños, ancianos, enfermos, etc. Un tipo de responsabilidad que nos lleve a rectificar nuestra conducta, tanto por el bien nuestro interior, como por el bien y resarcimiento del mal de la persona o personas dañadas.
Sin el sentimiento de culpa todo valdría; cualquier atrocidad, cualquier crimen. Es algo que no necesita mayor argumentación. Cuando algo tiene la fuerza de la evidencia y evidente es el pensamiento que se impone a la mente atenta con claridad y distinción, como decía Descartes, no se necesita darle más vueltas. Pero, ¿Hasta qué punto debemos liberarnos de la culpa? Hasta el punto en que esa culpa es enfermiza. Hasta el punto en que esa culpa nos hace proyectarnos mental y emotivamente sobre los demás y castigarles de algún modo con nuestra culpa. Es sabido que el que ha sufrido malos tratos tiende a reproducirlos luego, o, también, el que ha sido maltratado psicológicamente tiende a ser despótico luego; aunque existen excepciones a la regla.
Culpa y liberación es un binomio de los muchos existentes en la vida en los cuales hay que manejarse interiormente con una suprema inteligencia tanto mental como emotiva. De este modo no caeremos en la trampa de algunos que, obsesionados con la liberación, aún sin darse cuenta de sus propios fantasmas infantiles, tienden a ver culpables de su falta de madurez de carácter por doquier.