En muchas ocasiones afirmamos en nuestras controversias, en nuestras discusiones o conversaciones lo siguiente: «Hay que defender lo propio.» Pero ¿dónde está verdaderamente lo propio de cada uno? ¿Dónde reside aquello tan importante que estamos dispuestos a defender por todos los medios que consideramos justos?
No nos paramos a pensar que ese «propio» coincide con el punto de mira donde ponemos nuestros más elevados ideales. Bien es verdad que algunas personas se centran demasiado en los ideales más terrenos y materiales.
Muchas veces -en realidad es así en la mayoría de las personas-, incluso lo que llamamos alma o psique está demasiado inmersa en lo puramente biológico y no en lo que el espíritu le va inbuyendo como ideales más elevados. No puede ser de otra forma porque cada uno vemos a través de nuestros ideales más queridos y estos ideales en demasiados casos se limitan a la supervivencia material cuando no al egoísmo, la ambición o la violencia en la consecución de las metas terrenas.
Por supuesto, lo que llamamos ideales superiores hay que mantenerlos abiertos a posibles correcciones hasta que poseamos la convicción interior de estar en el Buen Camino Superior, al menos en el camino para el que estamos hechos nosotros. Claro que el que nunca ha tenido un atisbo de lo que esto pueda ser preguntará ¿Cómo se sabe esto?
Como el ser humano es un ser compuesto, en la búsqueda no vale emplear sólo la intuición, sino que, de alguna manera, es necesario hallar un buen conjunto de principios espirituales que nos iluminen la inteligencia superior y confirmen el hallazgo de la verdad. Digo inteligencia superior para distinguir esta sabiduría de bazofias racionales al uso contra las que hay que luchar.
Somos buscadores que debemos buscar con sinceridad aunque no demos muchas veces en el clavo. Tampoco hay que caer en la cobardía de no defender nada, en la mediocridad, en la tibieza, que es peor que la situación del hombre que noblemente se equivoca en lo que ha estado defendiendo sinceramente.
En el fondo de lo más hondo, allá donde las aguas se apaciguan y se casan con la mente sin roce.
Un abrazo
Muy bello y verdadero, Olga. Gracias por el comentario.
Un abrazo.