La tendencia inevitable de nosotros, seres identificados con la materia y el egoísmo duro como la piedra, es adorar la fuerza.
Admiramos todo lo fuerte, extremado, violento, rígido. Olvidamos que todo lo fuerte está ya cristalizado en una forma y, por tanto, sólo le queda luego la decadencia. Olvidamos que la tormenta más fuerte descarga antes y termina.
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